lunes, diciembre 07, 2009

La guerra por el precio del pan condena a los hornos tradicionales a desaparecer.



El pan, un producto básico de la dieta española, se ha convertido en uno de los principales reclamos de las grandes cadenas provocando con ello una auténtica guerra de precios. Un enfrentamiento agudizado con la última bajada del precio de la barra de cuarto a 42 céntimos en Lidl y Alcampo, situándose por debajo de Mercadona que, con 0,45 la unidad, ha estado a la cabeza durante años.
«Contra eso no podemos competir. Es imposible. Y por muy buena que sea nuestra calidad, el cliente se está yendo». Así de rotundo se muestra Miguel Catalá, que ha visto cómo se ha frenado el sector en los últimos años.
Le indigna hablar de ellos «porque nos están haciendo muchísimo daño y nadie pone remedio. Ellos venden a precio de coste porque no viven del pan, pero nosotros sí». Los expertos estiman que la clientela está repartida en un 50% entre ambas opciones.
Puesto que se trata de una compra segura y, teniendo en cuenta que las personas cada vez tienden más a unificar sus compras en una única superficie por cuestiones de tiempo y dinero, las grandes firmas abaratan al máximo este producto.
Pero esta estrategia está haciendo estragos en los hornos tradicionales y cerca del 25% se ha visto obligado a cerrar. El negocio ya no es rentable para muchos, lo cual dificulta el relevo generacional. Y esa falta de relevo provoca, a su vez, que no haya continuidad.
El presidente de la Confederación de Panadería y Pastelería de la Comunitat Valenciana (COPPAVAL), Cipriano Cortés, confirma la recesión que sufre el sector por la competencia «un poco desleal de los supermercados que se pueden permitir no ganar dinero con el pan porque no es más que un reclamo para otros productos». En la Comunitat quedan 4.500 despachos de pan o puntos de venta pero sólo 1.500 son industria, es decir, que producen y si los datos no cambian, la cifra irá bajando.
Cuesta encontrar dos establecimientos que tengan el mismo precio. La barra normal, la de 250 gramos, puede tener hasta 40 céntimos de diferencia según en qué tienda se adquiera.
Esa cantidad, a priori, parece irrisoria. Sin embargo, haciendo un cálculo rápido, puede suponer un sobrecoste o un ahorro de hasta 12 euros mensuales para una familia que consuma de media una barra al día. El consumo medio en España es de 50 kilos de pan por persona y año, frente a los 60 kilos en Francia y 80 en Alemania. Es un mercado que se podría considerar seguro, pero no lo es en realidad para los verdaderos artesanos.
Paco Catalá es una de las víctimas de esta situación. Ha cerrado dos de sus tres hornos, después de más de 30 años haciendo masa. «Esto no es nuevo, lo que pasa es que con la crisis se ha agudizado. Nosotros ofrecemos calidad, pero la gente ahora no está dispuesta a pagar por ella».
Pese a la comodidad que ofrece una superficie comercial en la que se puede comprar de todo, siempre hay quien opta por las tiendas tradicionales. Quizá la unidad salga un poco más cara pero se tiene la garantía de la elaboración artesanal con los mejores productos. Y no es tarea fácil.
Miguel Catalá se levanta cada día a las 3.15 horas de la mañana para amasar y cocer. Algo más de cuatro horas se necesitan para tener lisa la primera hornada.
Lleva toda la vida dedicándose a ello y se muestra pesimista porque la demanda «ya empezó a caer hace unos años. Muchos hornos han cerrado y seguirán cayendo otros». Regenta una tienda en Gandia junto a su mujer, Rosa María Pérez. Es tradicional hasta en el nombre, La Tahona, que recuerda al viejo molino de harina movido por un animal de tiro.
Sin promoción
Como ellos, muchos otros se quejan de la misma situación y tratan de buscar soluciones porque, aseguran, «nadie hace nada». Reconocen que a veces se organizan ferias de productos artesanos, pero dudan de su efectividad, sobre todo, si después «el Ayuntamiento cambia las calles y te arrincona en un barrio en el que has dejado de estar de paso», asevera Rosa María.
Otros protestan por las ayudas que se conceden al pequeño comercio «porque siempre son para los centros históricos. ¿Y quién promociona a los que estamos fuera del centro?. El trato que damos aquí al cliente no se lo dan en ningún supermercado, y eso también debería contar», apunta Rosa María.
Dora no duda cuando se le pregunta dónde prefiere ir a comprar el pan: «Llevo toda la vida yendo a la misma panadería y no tengo ninguna intención de cambiar. Reconozco que a veces, por comodidad, lo cojo del supermercado donde hago el resto de la compra, pero generalmente siempre voy a la tienda del barrio, igual que con la verdulería, la carnicería y la pescadería. A los tenderos los conozco de siempre y el pan que se vende ahí nos encanta. En mi casa comemos mucho y, sin duda, preferimos el casero a uno de esos prefabricados que por la tarde parecen chicle», explica.
Ella lo tiene claro, pese a que su barra cueste 80 céntimos de euro. Y no compra una, sino tres cada día. De ellas sale la comida, la cena y los almuerzos de su marido y sus dos hijos. «En otras cosas siempre intento ahorrar, pero en esto no», asegura.
Jesús es una de las miles de personas que opta por la compra fácil, rápida y, sobre todo, barata. «No me complico la vida y donde compro una cosa, compro todas las demás. Reconozco que en la panadería está mucho más bueno, pero yo lo cojo directamente para la cena y no miro más allá».
Al igual que Jesús, muchos valencianos acuden a los supermercados y de ahí, se llevan su pan. «Salgo tarde de trabajar y lo que menos me apetece es ponerme a dar vueltas para comprar todo lo que necesito. El pescado y la carne sé que son mucho mejores en sus tiendas respectivas, pero también mucho más caros. Aunque no dejo de ir por el precio, sino por la comodidad de ir a Carrefour, aparcar mi coche y en 20 minutos, tengo la compra de la semana en el maletero. Aunque hay fines de semana que hago excepciones».

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